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Por Graciela Guerrero Garay    Foto: Tomada de 26 DIgital
Pueden llamarse Ana o Josefa. María o Caridad. Tener ya la adolescencia a flor de piel o plateado el pelo. Mujeres. Cubanas que encontraron y encuentran sus caminos en un mundo donde, por las cuatro esquinas del planeta, hay que luchar muy duro para cultivar las flores y respirar aire puro.
Aquí en la Isla tampoco escapan de los dolores de parto ni de las dobles jornadas que imponen el trabajo profesional y doméstico, pero hay matices muy caros que no le borran las sonrisas ni le destiñen el suave barniz de los cosméticos: se levantan en paz, con la algarabía de sus hijos, los llevan de manos a la escuela, se van confiadas a sus puestos de labor, caminando, en el transporte público, en coches o un simple aventón de un conocido o un chofer solidario.
Este 8 de Marzo reciben el beso y el regalo de sus compañeros, sin tanto lujo ni aparatosos festines. Comparten, sencillamente, el lugar que merecen y ganan con sudor, alegrías y lágrimas también, Viven, con todos los grises-blancos-oscuros que trae el día a día. Pero se sienten ellas y realizan sus sueños de disfrutar sus metas y poder alcanzarlas.
No hay ese miedo profundo a la soledad ni al hastío. Encuentran cada vez más el apoyo de la mano del hombre, el derecho a llegar a altos puestos en la escala social. La Federación de Mujeres Cubanas (FMC) las reivindica desde los 14 años, las convierte en seres participativos y útiles, aún cuando no trabajen y sean amas de casa.
Las mujeres cubanas este Día Internacional de la Mujer no son muñecas que toman las calles como vidrieras y se comercializan. Casi todas, por no ser absoluta, tienen una razón para vivir con amores y sueños, esperanzas y andar cuesta arriba. El entorno está libre de bombas, muertes, secuestros, explotación y maltrato. Son, con dignidad, esos seres que engendran el futuro y miran el sol con la ternura que jamás falta en un rostro de Mujer.

Cuando una ciudadana cubana sonríe(+ fotos)


Carlos Tena 

En un tema como la mujer cubana, uno debe ceñirse a los muchos años viajando a la isla, a sus experiencias personales en seis años de trabajo, en las actividades propias de quienes creemos en un periodismo objetivo, veraz y riguroso, aunque también salpicado de ironía, cariño y sobre todo, respeto a una sociedad donde las ciudadanas han soportado, no sólo el peso del sacrificio de todos los habitantes, sino además la carga de ser quienes han mantenido y sostienen el ánimo y la capacidad de lucha doméstica, unidas a sus compañeros y compañeras, en el trabajo, en el hogar, en el combate diario por mantener el espíritu de lucha en familia.
No creo aportar nada nuevo, si afirmo que, en líneas generales, la mujer cubana tiene el mismo coraje moral y valor físico que el hombre, a la hora de enfrentarse con los problemas derivados de una situación insólita, como es tener que vivir ajustándose a una forma de subsistencia en la que nunca sobra nada, en la que se carece de aquellos supuestos placeres consumistas. En esos seis años trabajando en un centro musical y poético en La Habana, comprobé día a día el enorme encanto que supone acudir a un lugar, en el que sabes que la sonrisa y la amistad sincera están aseguradas, aunque caigan aguaceros de esos que le roncan el mango.
Un detalle que destacaba mi admirado amigo y pensador Santiago Alba, en un magnífico estudio escrito junto a otro no menos inteligente y perspicaz catedrático de filosofía, Carlos Fernández Liria, sobre las características del sistema político y social del único territorio libre de América, es el de la inimitable sonrisa. En la primera página del libro “Cuba: la Ilustración y el socialismo” (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2005), Alba citaba la anécdota protagonizada por un Premio Nobel de Literatura, el japonés Kenzaburo Oe, quien preguntado por un periodista el por qué dudaba de la democracia nipona, respondió: “Por cómo sonríe el primer ministro”.
Tras la cita, Santiago nos introduce en el maravilloso mundo del significado de ese gesto, que en la cubana, además está acompañado del brillo en los ojos, es síntoma indudable de que, a pesar de todos los pesares, de los días agotadores de calor y lluvia, de carencias y luchas, “resolverá” su jornada con una misma frase amable y un “Hasta mañana”, que no ocultan, como en el primer mundo, la perenne insatisfacción que provoca vivir para trabajar, y no trabajar para poder vivir, aunque sea con dudas y escasa variedad en la alimentación, la ropa o los enseres del hogar.
Una cubana es mil veces más democrática y participativa, alegre, valiente y sagaz, honesta e intuitiva, que muchas de sus vecinas allá y en esta Europa, donde las muchachas de cualquier edad y condición caminan con la misma gracia que un robot con la batería gastada.
En la mujer cubana, esa sonrisa resulta ser el reflejo de una indomable independencia personal y nacional, de una persona capaz de inventar como ellos, que se afana en sacar de donde no hay, lo que dispara sus posibilidades imaginativas; virtud que jamás se calibra por los visitantes que suelen mirar, pero no ver, oír pero no escuchar, hablar pero no conversar, discutir pero no debatir en paz y sosiego.
Fue una compañera cubana la primera que me reprochó mi lenguaje repleto de palabras algo fuertes, que acostumbro a pronunciar cuando estoy como ahora en esta España en paro, en sumisión constante al Imperio, en crisis que pagamos los jubilados y los no pudientes. Eso sucedió al comienzo de mi estancia habanera. A los pocos meses, me sorprendía a mi mismo porque no ingería mis pastillas antiácidas con la misma fruición y urgencia que en Madrid, y eso a pesar de las caldosas, el ron, el puerco, el picadillo, el ají, el rábano y ese mejunje extraño que se echa sobre cualquier alimento al que familiarmente (y pido perdón) los más castizos llaman “la puta que lo parió”.
En una mujer cubana esa sonrisa se convierte como un inmenso neón, un lujo que escasea, por forzada e impuesta, en los países de eso que llaman el primer mundo. Y la exhibe en la calle, en el centro donde trabaje, en casa, el barrio y la cocina, esperando que de vez en cuando (cada día más, por fortuna) su pareja se pase a fregar los platos, acuda al agromercado, a la bodega, y atienda al muchacho que acaba de llegar de la escuela con los deberes en ristre.
Mi admiración para la mujer cubana es saber que en ellas viven Vilma Espín, Celia Sánchez, Haydee Santamaría, Melba Hernández y las cinco compañeras y familiares de inmensos cubanos, Los Cinco Héroes, que siguen firmes en su combate por el regreso de sus esposos, hijos, hermanos, condenados de manera flagrante, injusta y sin sentido, en prisiones del Imperio yanqui. Su enorme voluntad es también la de todas las cubanas a las que he conocido. Su dignidad está por encima del sufrimiento que conlleva no poder ver a sus seres queridos, porque lo impiden las leyes de ese país que se dice “anti terrorista”. El mismo en el que pasean alegremente sus miserias, connotados asesinos a quienes jamás se ha condenado por los crímenes cometidos.
Una ciudadana cubana sonríe porque sabe que su patria fue el primer país en firmar la Convención Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer y el segundo en ratificarla, y que en 1996 fue reconocida internacionalmente su labor en pro de los derechos humanos y la igualdad “a pesar de las circunstancias económicas y políticas en las que se encuentra el país desde 1989 como resultado de la escalada del bloqueo económico de los Estados Unidos de Norteamérica, lo cual ha tenido repercusiones serias sobre la situación de la mujer y la infancia y ha conducido al deterioro de la calidad de vida del pueblo, Cuba no había cesado en avanzar hacia el logro de la plena igualdad entre los sexos”.
Una ciudadana cubana sonríe, porque en su país se desarrollan las políticas para garantizar el avance de la mujer forman parte del Programa de Desarrollo Social, y se le brinda en la práctica iguales derechos y oportunidades.
Una ciudadana cubana sonríe, porque constata cada día la eliminación de todas las formas de discriminación y explotación por motivos de clase, raza y género, porque su Revolución logró borrar las barreras culturales, ideológicas, psicológicas, económicas y sociales que mantuvieron siempre a las mujeres en condiciones de subordinación, marginación y secular atraso. Una ciudadana cubana sonríe porque en la Asamblea Nacional del Poder Popular son mujeres casi el 40% de los poco más de 600 diputados. Una mujer cubana sonríe abierta y francamente porque sabe que vive en un país donde el respeto no está reñido con el piropo poético, la diversión y el sentido de la responsabilidad, la cultura y el baile popular. Feliz día a todas las cubanas, de y con el corazón. [Por cortesía del periodista Carlos Tena y del fotógrafo Manuel Vega Flores con el blog Islamía]
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LA MUJER CAÍDA

Víctor Hugo




¡Nunca insultéis a la mujer caída!
Nadie sabe qué peso la agobió,
ni cuántas luchas soportó en la vida,
¡hasta que al fin cayó!

¿Quién no ha visto mujeres sin aliento
asirse con afán a la virtud,
y resistir del vicio el duro viento
con serena actitud?

Gota de agua pendiente de una rama
que el viento agita y hace estremecer;
¡perla que el cáliz de la flor derrama,
y que es lodo al caer!

Pero aún puede la gota peregrina
su perdida pureza recobrar,
y resurgir del polvo, cristalina,
y ante la luz brillar.

Dejad amar a la mujer caída,
dejad al polvo su vital calor,
porque todo recobra nueva vida
con la luz y el amor.